China ha abierto un espacio para las conversaciones diplomáticas con los líderes del cuestionado junta de Myanmar, con la expiración de su último estado de emergencia de seis meses fijada para finales de julio, lo que ha llevado a especulaciones sobre la posibilidad de elecciones. Recientemente, figuras como el ex presidente Thein Sein y el número dos del ejército, Soe Win, han participado en negociaciones, seguidos por representantes de cuatro partidos políticos pro-junta que visitaron China como parte de un intercambio de buena voluntad invitado por el Partido Comunista Chino.
La presión de China parece estar aumentando, instando a la junta a cumplir con las elecciones prometidas tras el derrocamiento de un gobierno elegido en 2021, que sumió al país en una guerra civil. Sin embargo, el éxito político resulta tan esquivo como los triunfos en el campo de batalla para un ejército que ha perdido el control de amplias áreas territoriales en los estados étnicos que rodean su corazón, la Cuenca del Irrawaddy, que incluye ciudades clave como Yangon, Mandalay, y Naypyidaw.
La situación se complica con la advertencia de que Mandalay podría ser pronto blanco de ataques por parte de organizaciones armadas étnicas y milicias de defensa del pueblo contrario al régimen. Más de 150,000 personas han huido a la ciudad en el último mes, precipitadas por el reanudamiento de la Operación 1027 por parte de la Alianza de los Tres Hermanos en el norte del estado de Shan y en partes de la región de Mandalay.
A pesar de los aparentes triunfos, las más de 20 organizaciones armadas étnicas (EAOs), junto con las PDF y el gobierno de unidad nacional (NUG), siguen sin ser tomadas en cuenta. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) ha tratado de avanzar más allá de su plan de paz de cinco puntos y esta semana anunció que un grupo de líderes de Laos, Indonesia y Malasia comenzaría negociaciones con la junta, justo a dos años de que se propusiera la idea por primera vez.
La estrategia parece razonable sobre el papel, pero refleja la falla abismal de las influencias regionales y de los vecinos, tanto de ASEAN como de las Naciones Unidas. La nueva enviada especial de la ONU para Myanmar, la exministra de Relaciones Exteriores de Australia, Julie Bishop, apenas ha emitido comentario alguno desde su nombramiento en abril.
China, por su parte, maneja su diplomacia con habilidad y busca proteger los oleoductos y gasoductos que cruzan Myanmar. Además, Beijing ha negociado con la Alianza de los Tres Hermanos, compuesta por el Ejército Arakan, el Ejército Nacional Democrático de Myanmar y el Ejército de Liberación Nacional Ta’ang, que han demostrado eficacia en Rakhine y el norte de Shan. Asimismo, ha mostrado disposición para dialogar con otras EAOs.
Sin embargo, el NUG y las EAOs/PDFs no participarán en una elección, ya que controlan la mayor parte del país y algunos demandan que Min Aung Hlaing y sus generales enfrenten un tribunal internacional por crímenes de guerra. El ejército también ha demostrado ser incapaz de llevar a cabo la logística necesaria para una votación nacional, lo que haría que cualquier elección sea merecidamente desacreditada como manipulada. A pesar de ser consciente de la imposibilidad de un plebiscito legítimo en las circunstancias actuales, China sigue presionando para ello.
La última promesa de Min Aung Hlaing es llevar a cabo una elección general el próximo año, pero con la intención de realizarla únicamente en las áreas bajo control militar, mientras que China proporcionaría logística y asesores. Según Igor Blazevic, defensor de los derechos humanos y especialista en Myanmar, esto plantea la posibilidad de que Myanmar enfrente una “elección china”, lo que permitiría a Beijing reforzar a la junta como un gobierno central viable, aunque débil.
Este proceso también serviría para que China consolide su influencia en el país y, particularmente, en los estados a través de los cuales pasan sus intereses en petróleo y gas, en línea con su iniciativa de la Franja y la Ruta.
